Dimecres 27 de Setembre
Èxode 33 i 34
A lo que Moisés replicó: Si tú no nos vas a
acompañar, no nos hagas salir de aquí; porque ¿cómo voy a estar seguro de que
tu pueblo y yo gozamos de tu favor, si tú no nos acompañas?
Me
encanta Moisés como ejemplo de líder cristiano y conforme avanzo en
las páginas de Éxodo más y más cosas me resultan inspiradoras y, al mismo
tiempo, retadoras.
Sus
palabras en diálogo con Dios me hacen pensar en mi propia vida y en los
proyectos que tengo en mente para el futuro y aquellos que ya estoy implementando
en el presente.
Me
ha venido a la mente la necesidad de pararme y reflexionar -reflexionar se ha
convertido en mi verbo favorito en esta etapa de mi vida- acerca de si
cuento con la presencia del Señor en las cosas que estoy acometiendo.
Es
cierto que ha prometido estar conmigo en todo momento hasta el fin del mundo y
también que nunca me dejará ni me abandonará. Ambas promesas son personales
pero no creo que apliquen de forma automática a todo aquello que yo emprenda.
Creo
que no podemos dar por sentado que Dios va a bendecir todos mis proyectos,
todos mis emprendimientos, todos mis planes, simplemente por el hecho de que
los hace un seguidor suyo o incluso por el hecho de que son planes de
ministerio para construir el Reino.
Pienso
que antes de embarcarme debería hablar con el Señor y discernir su voluntad.
Pienso aún más, que debería ver en dónde está actuando el Padre y unirme a Él
en su trabajo en vez de lanzarme a la aventura y pedirle que bendiga mis planes
en los cuales, por decirlo de alguna manera, no ha tenido ni voz ni voto pero
si espero su aprobación, bendición y respaldo.
Aún
más, al leer estas líneas pensaba en pararme y hablar con Él acerca de las
cosas que ya están en marcha, tener una conversación honesta y franca con Él
y ver si estoy contando con su presencia para ello.
¡El Señor! ¡El Señor! ¡Dios compasivo y benévolo,
lento en airarse y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor a lo largo de
mil generaciones y perdona la desobediencia,
Los evangélico nos hemos sentido muy
ufanos de no tener imágenes a las cuales adoramos. Sentimos de esta manera
estar cumpliendo el mandato de Éxodo capítulo 20 y miramos con sospecha,
superioridad y cierto desdén a otras confesiones cristianas que si tienen.
Para
mí, mucha más peligroso que las imágenes físicas de Dios son los imágenes
mentales del mismo. Son más poderosas, tienen más fuerzas y determinan
muchísimo más cómo se va moldeando nuestra fe y nuestra relación con la deidad.
Además, de forma inevitable, todos vamos desarrollando y profundizando en
nuestra imagen interior de Dios y, aunque sea equivocada, al final es esa la
que funciona en la práctica para nosotros.
Por
eso me parece tan importante este pasaje de Éxodo porque el mismo Dios nos
explica cómo es y, por tanto, nos da una imagen de Él mismo, una imagen que
debería de servir para que nosotros evaluáramos la nuestra propia a
la luz de la misma y pudiéramos verificar la fidelidad o no al
original. Este pasaje es clave porque el Señor se interpreta a sí mismo y,
consecuentemente, no deja lugar a otro tipo de interpretaciones por nuestra
parte.
Él nos dice de sí mismo que
es compasivo, benévolo, lento para airarse, rico en amor y fidelidad y que
mantiene su amor A LO LARGO DE MIL GENERACIONES y perdona la desobediencia
y la rebeldía. Este es el Dios que quiere relacionarse con nosotros, el que
quiere la salvación de toda la humanidad, el que ha entregado su vida por el
rescate del más depravado de los seres humanos, el que se ha castigado a sí
mismo para no tener que castigarnos a nosotros.
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